lunes, 27 de abril de 2009

¿Sobra la Constitución o sobra quién quiere saltar por encima de ella?

Los clásicos definen la Ley como expresión ordenada de la razón, a la sazón facultad que singuraliza al hombre de los animales y medio por la cual conocemos y entendemos la realidad. Los hombres pensaron y redactaron Leyes que regularan su convivencia atendiendo a la necesidades personales y salvaguardando el Bien Común, elemento básico y mínimo que garantiza la Paz y la Felicidad... ¡o al menos esto es lo que afirma el sentido común y las clases de Filosofía del Derecho de algunas facultades!
Desde la Antigüedad hasta nuestros días las Constituciones ocupan un destacado puesto al permitirlas ser la inspiración del resto de Leyes humanas, asegurando así la bondad de nuestro ordenamiento jurídico.
Recientemente he podido saber que el responsable de Política Lingüística de la Generalitat de Cataluña ha declarado que le sobra la Constitución Española (fundamento principial del ordenamiento jurídico de nuestra joven Democracia), en el sentido que por "culpa" de ella el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Autónoma de Cataluña está limitado y "obligándole" a multar al menos a un 1% de los comerciantes que no rotulan sus escaparates en lengua catalana. Estoy seguro que si has llegado hasta aquí estarás pensando... ¡esto es absurdo! ¡Esperpéntico! ¡No tiene ni pies ni cabeza!
Por todos es conocido que en Cataluña conviven hasta nuestros días dos lenguas que proceden de un mismo idioma, a saber, el latín; ya sabes que son el catalán y el castellano. Nuestra Carta Magna establece que la lengua oficial de España es el castellano y en Cataluña, en virtud de su riqueza cultural manifestada por su noble lengua, además, el idioma cooficial es el catalán. Dicho esto, ¿es posible que la Constitución, en razón de lo expuesto anteriormente, limite la potencialidad comunicativa del catalán frente al español? Entiendo que no, porque por ahí creo que van los tiros. Este responsable político tiene en la cabeza que en Cataluña sólo se debe hablar catalán (por eso ordena multar a quien no rotula sus escaparates en esta lengua) porque Cataluña no tiene nada que ver con España (donde sí se habla castellano), y el único modo de hacer ver esta realidad es "cargándose" la Constitución erigiendo al tiempo el reformado Estatuto de Autonomía, que aún sigue recurrido, que afirma que el catalán es la lengua oficial de la Comunidad Autónoma.
Una última cosa. Este responsable político posee un cargo público gracias a la existencia de un ordenamiento jurídico constitucional que justifica la presencia de ese puesto de trabajo. Considero justo que como trabajador público, que en su momento juró/prometió defender la Constitución, qué es presente su dimisión porque ya no confía en las bondades sobre las que se fundamente nuestro sistema de convivencia social.
En Santander, a 27 de abril de 2009.
Publicado en Cope.es y en España liberal.

jueves, 23 de abril de 2009

Alejandro Llano, "Olor a yerba seca" (I)

El filósofo asturiano Alejandro Llano, cercano maestro de geniales palabras, nos ha legado sus memorias -que parece que no serán las últimas- a las que ha titulado Olor a yerba seca. Os confieso que los contenidos de este libro se me antojan "apetecibles" para el solaz deleite intelectual y cultural que tú y yo nos merecemos.

En noviembre pasado concedió una entrevista en Popular TV anticipando y comentando algunos de los momentos que don Alejandro nos cuenta en sus memorias. Os dejo este vídeo como breve anticipo de lo que habréis de descubrir en su libro, el cual desde ya os lo recomiendo.



En Santander, celebrando san Jorge, a 23 de abril de 2009.

lunes, 20 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XVII): Responsabilidades del hombre ante la Vida

Como en lunes anteriores, te presento un texto de la carta encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995), que reflexiona sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, tema que está en el candelero de la actualidad de los mass-media de nuestra Sociedad y, precisamente por ello, no podemos dejar pasarlo por alto. Hoy el Papa Magno, a partir de la meditación de un versículo bíblico nos enseña cuáles son las responsabilidades del hombre ante el don de la Vidad. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1, 28): responsabilidades del hombre ante la vida.

42.
Defender y promover, respetar y amar la vida es una tarea que Dios confía a cada hombre, llamándolo, como imagen palpitante suya, a participar de la soberanía que Él tiene sobre el mundo: «Y Dios los bendijo, y les dijo Dios: “Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra”» (Gn 1, 28).

El texto bíblico evidencia (...) el dominio [del hombre] sobre la tierra y sobre cada ser vivo, como recuerda el libro de la Sabiduría: «Dios de los Padres, Señor de la misericordia (...) con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, y administrase el mundo con santidad y justicia» (Sb 9, 1.2-3). También el Salmista exalta el dominio del hombre como signo de la gloria y del honor recibidos del Creador: «Le hiciste Señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos juntos, y aun las bestias del campo, y las aves del cielo, y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas» (Sal 8, 7-9).

El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo (cfr. Gn 2, 15), tiene una responsabilidad específica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida (...). En realidad, «el dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de “usar y abusar”, o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, (...), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a las Leyes no sólo biológicas sino también morales, (...).

43. Una cierta participación del hombre en la soberanía de Dios se manifiesta también en la responsabilidad específica que le es confiada en relación con la vida propiamente humana. Es una responsabilidad que alcanza su vértice en el don de la vida mediante la procreación por parte del hombre y la mujer en el matrimonio, (...) participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: «Creced y multiplicaos» (Gn 1, 28).

Hablando de una «cierta participación especial» del hombre y de la mujer en la «obra creadora» de Dios, el Concilio Vaticano II quiere destacar cómo la generación de un hijo es un acontecimiento profundamente humano y altamente religioso, en cuanto implica a los cónyuges que forman «una sola carne» (Gn 2, 24) y también a Dios mismo que se hace presente. (...); queremos subrayar más bien que en la paternidad y maternidad humanas Dios mismo está presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación “sobre la tierra”. En efecto, solamente de Dios puede provenir aquella “imagen y semejanza”, propia del ser humano, como sucedió en la creación. La generación es, por consiguiente, la continuación de la creación» (...).

Así, el hombre y la mujer unidos en matrimonio son asociados a una obra divina: mediante el acto de la procreación, se acoge el don de Dios y se abre al futuro una nueva vida.

Sin embargo, más allá de la misión específica de los padres, el deber de acoger y servir la vida incumbe a todos y ha de manifestarse principalmente con la vida que se encuentra en condiciones de mayor debilidad. (...).

En Barcelona, a 20 de abril de 2009.

jueves, 16 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XVI): La dignidad del anciano ante la vejez y el sufrimiento

Durante los últimos jueves he estado trayendo fragmentos de la carta encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995). ¡Aquí os presento otro! El tema de este documento, como sabes, es el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Hoy, tras reflexionar el lunes pasado sobre la dignidad del ser humano no nacido, el Pontífice nos invita a reflexionar sobre la dignidad de los ancianos, culmen de toda vida humana en el tiempo. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«¡Tengo fe, aún cuando digo: “Muy desdichado soy”!»
(Sal 116, 10): la vida en la vejez y en el sufrimiento


46. (...), estamos en un contexto cultural y religioso que no está afectado por estas tentaciones, sino que, en lo concerniente al anciano, reconoce en su sabiduría y experiencia una riqueza insustituible para la familia y la sociedad. La vejez está marcada por el prestigio y rodeada de veneración (cfr. 2M 6, 23). (...).

Sin embargo, ¿cómo afrontar en la vejez el declive inevitable de la vida? ¿Qué actitud tomar ante la muerte? El creyente sabe que su vida está en las manos de Dios: «Señor, en tus manos está mi vida» (cfr. Sal 16, 5), y que de Él acepta también el morir: «Esta sentencia viene del Señor sobre toda carne, ¿por qué desaprobar el agrado del Altísimo?» (Eclo 41, 4). El hombre, que no es dueño de la vida, tampoco lo es de la muerte; en su vida, como en su muerte, debe confiarse totalmente al «agrado del Altísimo», a su designio de amor.

Incluso en el momento de la enfermedad, el hombre está llamado a vivir con la misma seguridad en el Señor y a renovar su confianza fundamental en Él, que «cura todas las enfermedades» (cfr. Sal 103, 3). (...).

47.
La misión de Jesús, con las numerosas curaciones realizadas, manifiesta cómo Dios se preocupa también de la vida corporal del hombre. "Médico de la carne y del espíritu", Jesús fue enviado por el Padre a anunciar la buena nueva a los pobres y a sanar los corazones quebrantados. Al enviar después a sus discípulos por el mundo, les confía una misión en la que la curación de los enfermos acompaña al anuncio del Evangelio (cfr. Mt 10, 7-8). (...)
, ningún hombre puede decidir arbitrariamente entre vivir o morir. En efecto, sólo es dueño absoluto de esta decisión el Creador, en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28).

En Barcelona, a 16 de abril de 2009.

lunes, 13 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XV): La dignidad del niño no nato pero no menos vivo que tú y yo

Como los lunes anteriores continuamos considerando textos de la encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995), que trata sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, tema de plena actualidad y del que tenemos que estar muy bien formados para poseer criterio sobre esta cuestión. Hoy el Papa Magno reflexionará sobre la dignidad del ser vivo no nato, pero no por ello menos vivo que tú y yo, ni con menos dignidad. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«Porque tú mis vísceras has formado» (Sal 139, 13): la dignidad del niño aún no nacido


44. La vida humana se encuentra en una situación muy precaria cuando viene al mundo y cuando sale del tiempo para llegar a la eternidad.

(...)
es sobre todo palpable la certeza de que la vida transmitida por los padres tiene su origen en Dios, como atestiguan tantas páginas bíblicas que con respeto y amor hablan de la concepción, de la formación de la vida en el seno materno, del nacimiento y del estrecho vínculo que hay entre el momento inicial de la existencia y la acción del Dios Creador.

«Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado» (Jr 1, 5): la existencia de cada individuo, desde su origen, está en el designio divino. (...).

¿Cómo se puede pensar que uno solo de los momentos de este maravilloso proceso de formación de la vida pueda ser sustraído de la sabia y amorosa acción del Creador y dejado a merced del arbitrio del hombre? Ciertamente no lo pensó así la madre de los siete hermanos, que profesó su fe en Dios, principio y garantía de la vida desde su concepción, y al mismo tiempo fundamento de la esperanza en la nueva vida más allá de la muerte: «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes» (2M 7, 22-23).

45. La revelación del Nuevo Testamento confirma el reconocimiento indiscutible del valor de la vida desde sus comienzos. La exaltación de la fecundidad y la espera diligente de la vida resuenan en las palabras con las que Isabel se alegra por su embarazo: «El Señor (...) se dignó quitar mi oprobio entre los hombres» (Lc 1, 25). El valor de la persona desde su concepción es celebrado más vivamente aún en el encuentro entre la Virgen María e Isabel, y entre los dos niños que llevan en su seno. Son precisamente ellos, los niños, quienes revelan la llegada de la era mesiánica: (...).

«Bien pronto -escribe san Ambrosio- se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor (...) Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos. El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre».


En Santander, Lunes de Pascua, a 13 de abril de 2003.

viernes, 10 de abril de 2009

En la muerte de Cristo, contra la dureza del corazón del hombre

Pues hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra oscura,
da lágrimas al fuego, y voz al viento.

Pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepoltura,
y el monte, que embaraza la llanura
del mar cercano se divide atento.

De piedra es hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.

Mas no es de piedra, no, que si lo fuera,
de lástima de ver a Dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.

Francisco de Quevedo

jueves, 9 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XIV): El Evangelio de la Vida se cumple en la Cruz

Este Jueves Santo os rescato un importante fragmento, para nuestra formación, de la carta encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995). Este texto, en la línea de la encíclica, destaca el singular valor y el carácter inviolable de la vida humana. Las reflexiónes del Papa Magno, a partir del versículo evangélico Jn 19, 37 en el que se subraya el papel de la Cruz, y que vienen a continuación nos revelan la maravilla del amor de Dios por la vida del hombe, o por lo menos, yo así lo pienso. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«Mirarán al que atravesaron» (Jn 19, 37): en el árbol de la Cruz se cumple el Evangelio de la vida

50. (...), quisiera detenerme [-confiesa Juan Pablo II-] con cada uno de vosotros a contemplar a Aquél que atravesaron y que atrae a todos hacia sí (cfr. Jn 19, 37). Mirando «el espectáculo» de la cruz (cfr. Lc 23, 48) podremos descubrir en este árbol glorioso el cumplimiento y la plena revelación de todo el Evangelio de la vida.

En las primeras horas de la tarde del Viernes Santo [-que no hace mucho hemos vivido-], «al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra (...) El velo del Santuario se rasgó por medio» (Lc 23, 44.45). Es símbolo de una gran alteración cósmica y de una inmensa lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, entre la vida y la muerte. Hoy nosotros nos encontramos también en medio de una lucha dramática entre la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida». Sin embargo, esta oscuridad no eclipsa el resplandor de la Cruz; al contrario, resalta aún más nítida y luminosa y se manifiesta como centro, sentido y fin de toda la Historia y de cada vida humana.

Jesús es clavado en la cruz y elevado sobre la tierra. Vive el momento de su máxima «impotencia», y su vida parece abandonada totalmente al escarnio de sus adversarios y en manos de sus asesinos: es ridiculizado, insultado, ultrajado (cfr. Mc 15, 24-36). (...).

Con su muerte, Jesús ilumina el sentido de la vida y de la muerte de todo ser humano. Antes de morir, Jesús ora al Padre implorando el perdón para sus perseguidores (cfr. Lc 23, 34) (...). La salvación realizada por Jesús es don de vida y de resurrección. (...).

51. Existe todavía otro hecho concreto que llama mi atención y me hace meditar con emoción: «Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido”. E inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 19, 30). Y el soldado romano «le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34).

Todo ha alcanzado ya su pleno cumplimiento. La «entrega del espíritu» presenta la muerte de Jesús semejante a la de cualquier otro ser humano, pero parece aludir también al «don del Espíritu», con el que nos rescata de la muerte y nos abre a una vida nueva. (...).

Él, que no había «venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45), alcanza en la Cruz la plenitud del amor. «Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Y El murió por nosotros siendo todavía nosotros pecadores (cfr. Rm 5, 8). (...).

También nosotros estamos llamados a dar nuestra vida por los hermanos, realizando de este modo en plenitud de verdad el sentido y el destino de nuestra existencia.

Lo podremos hacer porque Tú, Señor, nos has dado ejemplo y nos has comunicado la fuerza de tu Espíritu. Lo podremos hacer si cada día, contigo y como Tú, somos obedientes al Padre y cumplimos su voluntad. Por ello, concédenos escuchar con corazón dócil y generoso toda palabra que sale de la boca de Dios. Así aprenderemos no sólo a «no matar» la vida del hombre, sino a venerarla, amarla y promoverla.

En Santander, Jueves Santo, a 9 de abril de 2009

lunes, 6 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XIII): el amor por la vida del prójimo

Como en lunes pasados te traigo otro fragmento para nuestra formación de la carta encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995), que como sabes resalta el valor y el carácter inviolable de la vida humana, tema de rabiosa actualidad y que no podemos dejar pasar por alto. Una vez más, el Papa Magno, a partir de un versículo del Génesis, reflexiona sobre el valor insustituible de la vida de los seres humanos que nos rodean. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«A cada uno pediré cuentas de la vida de su hermano» (Gn 9, 5): veneración y amor por la vida de todos

39.
La vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital. Por tanto, Dios es el único señor de esta vida: el hombre no puede disponer de ella [a absoluto antojo]. Dios mismo lo afirma a Noé después del diluvio: «Os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana» (Gn 9, 5). El texto bíblico se preocupa de subrayar cómo la sacralidad de la vida tiene su fundamento en Dios y en su acción creadora: «Porque a imagen de Dios hizo Él al hombre» (Gn 9, 6).

La vida y la muerte del hombre están, pues, en las manos de Dios, en su poder: «El, que tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre», exclama Job (Jb 12, 10). «El Señor da muerte y vida, hace bajar al Seol y retornar» (1S 2, 6). Sólo Él puede decir: «Yo doy la muerte y doy la vida» (Dt 32, 39).

Sin embargo, Dios no ejerce este poder como voluntad amenazante, sino como cuidado y solicitud amorosa hacia sus criaturas. Si es cierto que la vida del hombre está en las manos de Dios, no lo es menos que sus manos son cariñosas como las de una madre que acoge, alimenta y cuida a su niño: «Mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre. ¡Como niño destetado está mi alma en mí!» (Sal 131 130, 2). (...).

40. De la sacralidad de la vida deriva su carácter inviolable, inscrito desde el principio en el corazón del hombre, en su conciencia [: por medio de la Ley natural inscrita en el corazón y el entendimiento de cada hombre]. (...), la experiencia de cada hombre [es que] en lo profundo de su conciencia siempre es llamado a respetar el carácter inviolable de la vida -la suya y la de los demás-, como realidad que no le pertenece, porque es propiedad y don de Dios Creador y Padre.

El mandamiento relativo al carácter inviolable de la vida humana ocupa el centro de las «diez palabras» de la alianza del Sinaí (cfr. Ex 34, 28). Prohíbe, ante todo, el homicidio (...); pero también condena (...) cualquier daño causado a otro. Ciertamente, se debe reconocer que en el Antiguo Testamento esta sensibilidad por el valor de la vida, aunque ya muy marcada, no alcanza todavía la delicadeza del Sermón de la Montaña, (...) el mensaje global, que corresponde al Nuevo Testamento llevar a perfección, es una fuerte llamada a respetar el carácter inviolable de la vida física y la integridad personal, y tiene su culmen en el mandamiento positivo que obliga a hacerse cargo del prójimo como de sí mismo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 19, 18).

41. El mandamiento «no matarás», incluido y profundizado en el precepto positivo del amor al prójimo, es confirmado por el Señor Jesús en toda su validez. (...).

Jesús explicita posteriormente con su palabra y sus obras las exigencias positivas del mandamiento sobre el carácter inviolable de la vida. Estas estaban ya presentes en el Antiguo Testamento, (...) (cfr. Ex 21, 22; 22, 20-26). Con Jesús estas exigencias positivas adquieren vigor e impulso nuevos y se manifiestan en toda su amplitud y profundidad: van desde cuidar la vida del hermano (familiar, perteneciente al mismo pueblo, extranjero que vive en la tierra de Israel), a hacerse cargo del forastero, hasta amar al enemigo. (...).

De este modo, el mandamiento de Dios para salvaguardar la vida del hombre tiene su aspecto más profundo en la exigencia de veneración y amor hacia cada persona y su vida. Esta es la enseñanza que el apóstol Pablo, haciéndose eco de la palabra de Jesús (cfr. Mt 19, 17-18), dirige a los cristianos de Roma: «(...). Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 10).

En Barcelona, Lunes Santo, a 6 de abril de 2009

jueves, 2 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XII): el don de la Vida eterna

Como en jueves anteriores, rescato un texto de la encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995), que reflexiona sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, tema de actualidad y que no podemos dejar pasar por alto. Hoy el Papa considera el don de la vida eterna, a la cual estamos llamados todos en razón de nuestra humana naturaleza y de nuestra fe en el Salvador. El valor de nuestra vida tiene un fundamento mayor cuando en ella consideramos su finalidad, a saber, la vida eterna. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«Todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11, 26): el don de la vida eterna

37. La vida que el Hijo de Dios ha venido a dar a los hombres no se reduce a la mera existencia en el tiempo. La vida, que desde siempre está «en Él» y es «la luz de los hombres» (Jn 1, 4), consiste en ser engendrados por Dios y participar de la plenitud de su amor: «A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; el cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios» (Jn 1, 12-13).

A veces Jesús llama esta vida, que Él ha venido a dar, simplemente así: «la vida»; y presenta la generación por parte de Dios como condición necesaria para poder alcanzar el fin para el cual Dios ha creado al hombre: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Jn 3, 3). El don de esta vida es el objetivo específico de la misión de Jesús (cfr. Jn 6, 33. 8, 12) (...).

Todo el que cree en Jesús y entra en comunión con Él tiene la vida eterna, ya que escucha de Él las únicas palabras que revelan e infunden plenitud de vida en su existencia; son las «palabras de vida eterna» que Pedro reconoce en su confesión de fe: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69). (...).

38. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. El creyente hace suyas las palabras del apóstol Juan: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! (...). Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3, 1-2).

Así alcanza su culmen la verdad cristiana sobre la vida. Su dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor. (...).

De aquí derivan unas consecuencias inmediatas para la vida humana en su misma condición terrena, (...). Si el hombre ama instintivamente la vida porque es un bien, este amor encuentra ulterior motivación y fuerza, nueva extensión y profundidad en las dimensiones divinas de este bien. En esta perspectiva, el amor que todo ser humano tiene por la vida no se reduce a la simple búsqueda de un espacio donde pueda realizarse a sí mismo y entrar en relación con los demás, sino que se desarrolla en la gozosa conciencia de poder hacer de la propia existencia el «lugar» de la manifestación de Dios, del encuentro y de la comunión con El. La vida que Jesús nos da no disminuye nuestra existencia en el tiempo, sino que la asume y conduce a su destino último: «Yo soy la resurrección y la vida (...); todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11, 25.26).

En Barcelona, a 2 de abril de 2009.