domingo, 11 de mayo de 2014

La guerra justa


El portavoz de la Santa Sede, a principios del pasado mes de abril, hizo pública la impactante noticia sobre el cruel asesinato a sangre fría del sacerdote jesuita holandés, Frans Van der Lugt, en la ciudad de Homs (Siria). Le ofrecieron abandonar la ciudad a causa del hambre y de los frecuentes bombardeos militares en razón de la situación de guerra civil en la que continua este país desde hace tres años, pero decidió permanecer junto al pueblo sirio, a quien le dedicó su vida y sus atenciones espirituales desde 1966, a pesar de la delicada situación bélica que finalmente le condujo al martirio, ofreciéndonos testimonio de amor cristiano, a saber, aquel que da su vida hasta el final.
El Papa Francisco ‒aludiendo a este hecho‒ exhortó: “Ruego que se silencien las armas, que se ponga fin a la violencia. No más guerra, no más destrucción. (…). Su brutal asesinato me ha llenado de profundo dolor y he vuelto a recordar a toda la gente que sufre y muere en ese atormentado país, presa de un conflicto sangriento (…) que sigue cosechando muerte y destrucción”. E invitando a orar por la paz concluyó: “Hay que respetar los derechos humanos, atender a la población que necesita ayuda humanitaria y llegar a la deseada paz a través del diálogo y la reconciliación”. El eco de estas palabras del Santo Padre al resonar en nuestros corazones provoca que nuestro entendimiento se cuestione sobre la sinrazón de la guerra. ¿Tiene algún sentido? ¿Puede existir alguna guerra justa? ¿Resultaría lícita? ¿En qué condiciones? ¿Los gobernantes están legitimados para declararla aunque se atentara contra la dignidad humana? ¿No somos capaces de encontrar otro recurso que la evite?
Las consideraciones sobre el binomio guerra-justicia podrían remontarse al comienzo de la humanidad. Sin embargo, una reflexión seria sobre la “guerra justa” como concepto comenzó a desarrollarse sistemáticamente por algunos filósofos de la emblemática Escuela de Salamanca durante los siglos XVI y XVII, quienes bebieron generosamente de la sabiduría del pensamiento católico medieval representada en síntesis por Tomás de Aquino. Así, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina, Diego de Covarrubias y Francisco Suárez aportaron enseñanzas fundamentales que conforman la vigente versión secular del ius bellum, como una parte importante de nuestro Derecho Internacional aplicado en las directivas de Naciones Unidas a las que teóricamente están sometidas todos los países, y que regulan la legalidad del recurso a la guerra de acuerdo con los criterios: causa justa, autoridad legítima, recta intención, razonable esperanza de éxito, proporcionalidad y último recurso. El Magisterio pontificio también ha tratado el drama de la guerra ‒fracaso de todo auténtico humanismo‒, y sostiene la paz como su única solución, la cual representa la plenitud de la vida. La encíclica Pacem in Terris (1963) del pontífice san Juan XXIII resulta paradigmática.
La teoría sobre “la guerra justa” afirma, en síntesis, que la guerra es moralmente rechazable como un medio legítimo para resolver conflictos ordinarios, sin embargo puede tolerarse como último recurso para defenderse de una agresión injusta (paralelo social del derecho individual a la legítima defensa). Una guerra justa requiere previamente que su causa también lo sea, y sólo lo es cuando se erige en respuesta de una guerra ofensiva (paralelo social de la legítima defensa personal). La autoridad legítima en una guerra defensiva ha de velar por los bienes que le son propios a la humanidad (verdad, justicia, libertad) y evitar que la población civil se vea afectada por sus nefastas consecuencias, preservando, así, el bien de la paz.

En Santander y mayo de 2014.

Publicado en Boletín de la ACdP 1.774 Año XC (mayo 2014).

No hay comentarios: