Estudiosos de la obra del Marcelino
Menéndez Pelayo (1856-1912), cada 19 de mayo, acuden a Santander, a su
Biblioteca ‒“la meca” del hispanismo‒ para reconocer públicamente la fecundidad
de su oceánica producción bibliográfica. Unámonos al homenaje, evocando su
pensamiento que no ha perdido su actualidad en el tiempo presente.
El polígrafo santanderino continúa
erigiéndose hoy en “despertador de la conciencia española”, y en baluarte defensor
de la grandeza de España y la altura de miras de sus naturales. Sus enseñanzas presentan
el patriotismo como el amor al estilo de vida y a la cultura característica de
la tierra en donde uno nació o vive, frente a actitudes etiquetadas como
“nacionalistas”, persistiendo tozudamente en reafirmar las diferencias propias
de “su” cultura y en enfrentarse “por sistema” contra todo lo existente fuera
de ella. Por lo que no debe soliviantarnos quién cuestione la naturaleza de
nuestra patria, especialmente si muestra espurios argumentos, ya que estas
posturas incorporan como prácticas habituales la sospecha y la crítica, propias
de nuestra época contemporánea.
Lo que metafísicamente España es ‒pese a
quien le pese‒ se ha ido configurando con el paso de los siglos, conformándose
lo que actualmente es: una colosal entidad histórica, política, cultural y social.
El dilatado recorrido histórico del pueblo español ha servido para fraguar su ser,
su tradición, su personalidad y lo que justifica la unidad del diverso conglomerado
de sus comunidades agrupado bajo una sola bandera. Los principios fundamentales
y perennes de la vida nacional beben del espíritu o “genio nacional” ‒como le gusta
llamarlo al polígrafo‒, siendo precisamente ese “genio” el garante que
proporciona la continuidad histórica y espiritual a España como entidad
nacional.
Don Marcelino apartándose de “exageraciones
nacionalistas”, opta por potenciar las singularidades de cada región española, que
enriquecen y complementan al tiempo tanto al conjunto de la nación como al
resto de regiones que conforman España, sin prescindir, por tanto, de su unidad
como patria. El polígrafo declaró públicamente su predilección por la cultura
catalana, un afecto únicamente superado por su “Montaña” natal (Cantabria). Así
lo manifestó en Barcelona el 27 de mayo de 1888 en un discurso que pronuncia en
lengua catalana durante unos Jocs Florals:
agradece a Cataluña lo mucho que le influyó en su formación académica, y elogia
su lengua declarando que aquellos Jocs constituían
“una de les més enérgiques afirmacions del sentit tradicional de la nació
espanyola”.
Menéndez Pelayo manifestó un infatigable
amor al estudio y al trabajo, sin abandonar los principios y valores de la fe católica
que profesaba, lo que en absoluto le obstaculizó para actuar siempre con rigor
científico, como corresponde al investigador que sinceramente busca la verdad, natural
inclinación de la persona inherente en nuestra humana naturaleza. Su hermano
Enrique lo sintetizaba diciendo que “amaba a Dios sobre todas las cosas y a los
libros como a sí mismo”.
El polígrafo afirma que resulta
innegable que el Cristianismo es el “instrumento” con el cual históricamente
España ha alcanzado su máximo esplendor de “unidad de conciencia nacional”,
hasta el punto de identificar “lo español” con “lo católico” e incluyéndolo
como un elemento esencial en la forja de su entidad. España como nación no se
fundamenta en la unidad de lengua (castellano, catalán, gallego-portugués y
vascuence son todas ellas lenguas españolas), ni en la unidad de raza (el
pueblo español es resultado del mestizaje de muy diversas razas presentes en la
península Ibérica a lo largo de los siglos), ni tampoco en la unidad cultural;
sino lo que históricamente ha mantenido unidos a los españoles es su fe
católica, la cual se erige en el principal elemento integrador del pueblo español
‒concluye el santanderino‒. Así, España resulta expresión de un proyecto común,
en el que nacionalidad y religión se identifican.
Don Marcelino llama a aceptar nuestra
Historia por completo y a demostrar un sano orgullo por ella, porque posee
nobles virtudes morales y los altos proyectos del pueblo hispano. Nos
encomienda que mantengamos el alto concepto histórico que España posee porque
siempre ha tendido a resurgir de sí misma, con mayor o menor acierto: “en medio
de la profunda decadencia que agotaba las
fuerzas de nuestra nación, todavía el talento y la firmeza de algunos ilustres
varones, unido al prestigio tradicional de nuestra grandeza pasada, alcanzaba a
mantener en apartadas regiones el decoro de nuestra monarquía; esfuerzo
verdaderamente milagroso y muy digno de ser considerado y agradecido”.
La
aplicación de las enseñanzas del polígrafo permitiría generosas y definitivas
respuestas a aquellas “problemáticas” que distorsionan nuestra propia
convivencia en común como españoles, con soluciones que emanan de las bases
culturales vertebradoras de nuestro “espíritu nacional”: la fe católica y la
institución monárquica, pues sin estas referencias actualmente no puede
comprenderse ni el ser de España ni el sentir de “lo español”.
En "la meca" del hispanismo: la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, a los 105 años del fallecimiento de don Marcelino, 19 de mayo de 2017.